UNA MAGOSTA contada por Jose Mª de Pereda
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Fragmento de su obra “El sabor de la Tierruca “.
Para el siguiente domingo tenía dispuesta la juventud de Cumbrales una magosta, precisamente en una castañera que lindaba con el término de Rinconeda. Como la castañera estaba soltando el fruto de puro sazonado y era de la pertenencia de varios vecinos de Cumbrales que tenían hijos mozos, autorizóse a éstos para que ofrecieran un sabroso regodeo a toda la gente joven con las castañas que se sacudieran de los árboles, en vez de hacer la magosta con las compradas a escote, como ordinariamente acontece.
De este modo tendría la fiesta un aliciente más en los lances de la sacudida, y una ventaja de consideración el ser la fruta regalada.
Aquel día, después del rosario, no quedaron en el corro de Cumbrales más que las viejas jugando a la brisca y unos pocos hombres en la bolera; todo lo demás se fue en alegre romería, después de hacer los mozos el necesario acopio de vino, y de proveerse también de un par de recias y larguísimas varas, camino de la castañera Una vez allí la gente, varazo a esta rama, varazo a la otra, desde el suelo si la vara alcanzaba al fruto, o desde la cruz del castaño si los erizos estaban muy altos; apañando esta moza las castañas sueltas; descachizando la otra los erizos con los tacones de los zapatos y con mucho tiento para no reventar lo que guardaba la espinosa envoltura; acopiando escajos secos unos mozos; avivando en lugar conveniente dos mozas de las más amañadas la mortecina lumbre; templando otras a su calor los flojos parches de las panderetas, y mordiendo todos y todas, por un lado, las acopiadas castañas para que no reventaran en el fuego, con peligro de los cercanos ojos; canturriando unas aquí, relinchando otros allá; locuaces los más y risueños todos, el campo de la castañera, abrigado del aire y del sol por las anchas, espesas y bajas copas de los árboles, parecía un hormiguero en el ir y venir de la gente, y una pajarera en lo ruidoso y pintoresco del conjunto.
Acabóse el vareo y el acopio; trocóse la lumbre tímida en voraz hoguera, y ésta, a su vez, en descomunal brasero; hízose en él con una estaca honda sima; llenóse de castañas; volvieron a unirse los bordes candentes, y mientras se dejó al cuidado de personas de juicio e inteligencia la delicada tarea de revolver las ascuas y de sacar las castañas que fueran asándose, pero sin quemarse, en lo que estriba toda la dificultad del caso, la gente de sobra hizo corro más abajo, sonaron las panderetas y comenzó el baile, que es la salsa de todas las fiestas, aquí… «y en Valladolid», ande en ellas el percal de a peseta y el paño burdo, o triunfen la seda turgente y el frac diplomático.La misma raza con diferente librea, la propia carne con distinto pelo.
Duró el baile hasta que las castañas se asaron. Entonces se sentaron en rueda mozos y mozas, y comenzó a circular la bota para remojar las castañas, que se repartieron a sombrerada por concurrente. Amenizábase el regodeo con dichos y risotadas, y se tiznaba la cara con pellejos quemados al que se distraía un instante; en el cual empeño, condición especial de las magostas, eran las mujeres las más tercas.
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